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Oda a la sirena, by Teresa Pleguezuelos: Barcelona: Un instante de tiempo en un lugar cualquiera. Fue una gran fiesta en honor al sexo y al arte, dos elementos que dan sentido a la existencia humana y a la propia vida, pues el arte no es otra cosa sinó vida en sí mismo. Y allí, en medio de la multitud y por encima del ambiente enrarecido por el humo de los cigarrillos, emergía reluciente y altanera (lo digo por lo de la altura), la gran sirena de Celia Gradín.Una gran escultura que fuera de todo tiempo y espacio, y ajena a lo que le rodeaba, pendía de un hilo sobrevolando así nuestras cabezas.Es el gran mito de Venus interpretado por una artista del s. XX. Es el símbolo de amor que no ha sido desposeído de su sexo; gracias a una gran cola de plumaje azul. Y el mar, aquel mar de espuma que tan grácilmente han representado artistas como Botticelli, ha sido sustituido azarosa e irónicamente por una piscina llena de condones, los cuales eran el divertimento de los allí presentes.La tragedia clásica se ha convertido, por fruto de la casualidad, en la gran comedia del siglo XX y los testículos de Urano han desaparecido dejando sólo como testimonio de su existencia unos cuantos condones llenos simplemente de aliento humano. Por todo ello, es como si aquella sirena intentara gritar a los cuatro vientos que la razón y el instinto están siendo aniquilados en nuestra cultura; pero ni siquiera puede gritar que no posee cabeza, su razón y su instinto le han sido arrebatados.Y allí quedó cuando todos nos fuimos, con su pecho roto en mil pedazos de cristal, esperando que alguien se la llevara para así poder volver al mar con la esperanza de permanecer en la memoria y en la conciencia de alguno de nosotros. Fdo. Teresa Pleguezuelos |